martes, 10 de febrero de 2009

Caminos que se cruzan


Como todas las vidas comenzó con unos primeros pasos, aquellos torpes que te hacían caminar al lado de mamá, de aquella mano que me daba firmeza y seguridad, cuando comencé a aventurarme a andar sola era como cuando monté en bicicleta aquella primera vez sin las ruedecitas de seguridad, con pánico y con euforia, mirando atrás a los ojos de mi madre, sabiendo que ella estaría allí para sujetarme, aferrándome a la silla como si de un trozo de tierra en mitad de una tempestad se tratase, sabiendo que había conseguido uno de mis primeros éxitos en la vida, con la sonrisa prendida por el triunfo, aquel por el que tendría que luchar toda la vida. Y poco a poco fui acumulando trofeos personales, mi primer sobresaliente, mi primer torneo de tenis ganado, mi primer beso, la primera noche fuera de casa, la primera vez que dormía al lado de la persona de la que me había enamorado... de igual modo acumulé fracasos, caídas, derrotas, de ellas aprendí más cosas que de los éxitos, fueron mis victorias personales y tan mías que no podría plasmarlas en un papel o en un blog, serán mis secretos, aquellos que me llevaré conmigo.
Podría escribir millones de palabras sobre momentos de triunfo o de derrota, pero quiero contar un cuento, una historia que va de ambas cosas a la vez, de caminos que se cruzan y vuelven o no a encontrarse.
Desde que comenzara a dar mis primeros pasos y sobre todo desde que tuve uso de razón supe que el mundo era un camino donde me encontraría con numerosos obstáculos y con miles de señales que me llevarían a un destino u otro y que yo y nadie más podría decidir, porque en esos destinos se encontraban mis sueños, aquellas fantasías que esperaba que se hicieran realidad, esas que surgían en mi mente cuando cerraba los ojos y me sumergía en el mundo onírico cuando dejaba que Morfeo pintara una realidad distinta para mí.
Entonces tras un tiempo de dejar de caminar, tras una etapa donde había vivido para levantarme todos los días en aquella casa donde la felicidad nunca residió desde que se pusieran los cimientos, una mañana de lluvia como cualquier otra guardé en mi mochila de aventurera los pocos recuerdos felices, las escasas mañanas de sol y las contadas sonrisas que había desplegado en aquellos dos años y me puse mi antiguo traje, aquel de mí misma que llevaba guardado en el armarío ni sabía cuanto tiempo y volví a ser yo, caminé feliz mojando mi alma, limpiando los despojos de un ayer que me había hecho perder el tiempo, con la satisfacción de que mis sueños se harían realidad que lucharía por ellos. Y tracé un mapa de sentimientos, de esperanza y caminé, conocí a gente que hizo algunos kilómetros conmigo, otros que simplemente me saludaron desde el porche de su casa cuando pasé tatareando canciones cada mañana y un día cualquiera apareció él, me miró y sonrió cuando estaba como tantas veces cantando como una diva de la canción sin tener sentido del ridículo...

- ¿cuánto tiempo llevas ahí?- pregunté
- el suficiente para saber que cantando no te ganarás la vida- dijo sonriendo e iluminando el cielo con aquella sonrisa suya.

Y estallé en una carcajada. Me pidió caminar conmigo y me hizo ilusión, era una persona interesante, así fueron pasando los días, charlábamos hasta altas horas de la madrugada, compartíamos secretos, miedos, compartíamos todo. Con el paso del tiempo me acostumbré a que él estuviera ahí, a que curara mis heridas cuando me caía, a que me ayudara a escalar los caminos escarpados, a escuchar su voz justo antes de dormirme dándome las buenas noches.
Descibrí con el paso de los días y con las huellas de nuestros pasos en el camino que ambos ansíabamos llegar al mismo lado, sentí tal sensación de felicidad que creí que me elebaría entre las estrellas como un simple globo, pues eso sólo significaba que había llegado a mi vida para quedarse, que alcanzaríamos las metas juntos, que seríamos dos. Seguimos compartiendo risas, secretos, confidencias, momentos, recuerdos, dimos sentido a la palabra amistad y los días siguieron pasando y comprendí que ya no podría seguir caminando si su mano no sujetaba la mía, me di cuenta que me había enamorado y el pánico se hizo dueño de mi misma, me había enamorado de mi amigo, de aquel que llevaba meses caminando a mi lado y en un segundo ví como todos nuestros momentos felices los cubría un tul negro, sentí una sensación de pérdida como si ya nunca nada volviera a ser igual, como si todo se hubiera convertido en un recuerdo, en una página del pasado, le miré y supe que mi mirada era distinta, en ella había deseo, un deseo irrefrenable de lanzarme a sus brazos y compartir toda mi vida con él y cuando él me miró supo que le amaba de la misma manera que yo supe que en su mirada sólo estaba escrita la palabra amigos, no nos hizo falta nada más para que desviaramos la mirada a nuestros pies y siguieramos caminando en silencio. Intentamos disimular que nuestros pensamientos eran diferentes e intentamos ser los mismos de siempre pero no pudimos conseguirlo y una mañana llegamos a un cruce en el camino, allí había una bifurcación dos caminos claramente señalizados, el destino era el mismo, nos miramos...

-¿podemos ir por el de la derecha? - pregunté
- yo prefiero el de la izquierda- me dijo él. El orgullo nos pudo - es más yo voy a ir por el de la izquierda ¿vienes?.
- No - dije sin pensármelo- iré por la derecha, así que aquí nos despedidos, ¿no?
- Sí, eso parece. Pero nos veremos en el destino, tal vez entonces podremos volver a ser amigos.
- Tal vez... ten cuidado y hasta pronto.
- Hasta pronto, te... te quiero.
- No me digas que me quieres, no lo hagas por favor.
- Vale

Y cada uno continuó por el lado escogido, apenas había caminado un par de kilómetros empecé a echarle de menos, le llamé y volví corriendo al cruce de caminos, pero él no estaba, grité su nombre, me quedé afónica de gritar y me derrumbé llorando sabiendo que él no volvería a por mí. Aún así le esperé, le esperé durante muchas lunas, pero nunca apareció y supe que nuestros caminos se encontrarían allí en el destino, que volveríamos a vernos pero también supe que nosotros no podríamos ser mas que un recuerdo porque nosotros... nunca seríamos los mismos.

Le deje escapar, le perdí y aún hoy su recuerdo vive conmigo, desvelando cada una de mis noches, esperando oír su voz para poder dormir. Sentí el triunfo de haberle conocido y la derrota de haberle perdido. Aún hoy y a pesar de que los años han pasado me doy cuenta que sigo esperando compartir toda mi vida con él, a pesar de que hemos escogido caminos diferentes y como dijo un gran poeta, "caminante no hay camino se hace camino al andar". Y una vez más desde la cima de la montaña te susurro entre nubes... vuelve.


Ana